Los consumidores están
nerviosos, pero el Dow, que se encontraba por debajo de
los 8.000 puntos el día en que fue investido el
presidente Obama, supera ahora los 10.000. En un
universo racional, las empresas estadounidenses estarían
muy contentas con Obama. Pero no. Últimamente corren
rumores de que la Administración de Obama está “contra
las empresas”. Y circula la opinión generalizada de que
los temores a los impuestos, la regulación y los
déficits presupuestarios frenan la inversión empresarial
y bloquean la recuperación económica.
¿Qué hay de cierto en estas afirmaciones? Nada. La
inversión empresarial es baja, desde luego, pero no más
de lo que cabría esperar dado el exceso de capacidad y
el escaso gasto de consumo endémicos. La patronal no se
siente querida, pero darles un abrazo en grupo no sanará
los males de la economía.
Pidan a quienes opinan que Obama asusta a las empresas
alguna prueba fehaciente que respalde sus afirmaciones y
le dirán que la inversión empresarial en fábricas y
equipamientos se halla en su nivel más bajo, como
porcentaje del PIB, en 40 años. Lo que no mencionan es
que la inversión empresarial siempre cae en picado
cuando la economía está deprimida. A fin de cuentas,
¿por qué deberían ampliar las empresas su capacidad de
producción cuando no venden lo suficiente para utilizar
la que ya tienen? Y, por si no lo habían notado, nuestra
economía sigue estando profundamente deprimida.
Históricamente, ha existido una estrecha relación entre
el grado de inversión empresarial y el “desfase en la
producción”, la diferencia entre la producción real de
la economía y su tendencia a largo plazo, lo cual
significa que la escasez actual de inversión no tiene
nada de sorprendente, dado que el desfase en la
producción es altamente negativo. En cualquier caso, es
curioso lo bien que ha resistido la inversión
empresarial.
Por otro lado, podemos observar directamente las
cantidades de capacidad de negocio no utilizada. La
utilización de la capacidad en la industria se ha
incrementado en el último año, pero sigue estando muy
por debajo de sus pautas históricas. Los índices de
desocupación de las propiedades industriales y
comerciales han alcanzado máximos históricos. Por lo
tanto, puesto que las empresas tienen muchas estructuras
y máquinas paradas, ¿por qué deberían construir o
comprar todavía más?
De modo que, ¿dónde está la prueba de que un clima
antiempresarial reduce el gasto? Supuestamente, la
respuesta es que esto es lo que oímos cuando hablamos
con los empresarios. Pero no se lo crean. Sí, cuando
hablamos con los empresarios se quejan de los impuestos,
de las normativas y del déficit; siempre lo hacen. Pero
la cantinela de que las políticas socialistas de Obama
están hundiendo la economía no viene de las empresas,
sino de los grupos de presión empresariales, que no es
ni mucho menos lo mismo. Lean el informe sobre la Cámara
de Comercio de Estados Unidos en el último The
Washington Monthly: difundir historias de terror sobre
lo que los demócratas están maquinando es, en buena
parte, lo que organizaciones como la Cámara hacen para
ganarse la vida.
O lean el último estudio sobre tendencias de la pequeña
empresa que ha llevado a cabo la Federación Nacional
para Negocios Independientes, un grupo de apoyo. El
comentario que encabeza el informe es básicamente una
diatriba contra el Gobierno -”Washington aplica
sanguijuelas y practica la sangría a modo de cura”- y
uno podría suponer inocentemente que esta diatriba
refleja lo que han dicho las empresas entrevistadas.
Pero, aunque algunas empresas declararon que el clima
político disuadía la expansión, fueron muchas más las
que citaron la mala situación de la economía.
Los gráficos incluidos al final del informe, que
muestran las tendencias en las percepciones que tienen
las empresas sobre cuál es su “problema más importante”,
son todavía más reveladoras. Resulta que a las empresas
les preocupan menos los impuestos y la regulación que
durante los años noventa, era de auge inversor. Por otro
lado, la inquietud por la escasez de ventas se ha
disparado. La debilidad económica, y no el temor a las
acciones del Gobierno, es lo que frena la inversión.
Entonces, ¿por qué oímos hablar tanto del presunto daño
que está infligiendo el clima antiempresarial?
Básicamente es la vieja historia de siempre: grupos de
presión que tratan de intimidar a Washington para que
recorte los impuestos y anule las normativas y de paso
imponen precios más elevados a sus clientes.
Al margen de eso, como ya he dicho, los líderes
empresariales no se sienten queridos: la crisis
financiera, los escándalos relacionados con los seguros
sanitarios y la catástrofe del golfo de México han
pasado factura a su reputación. Sin embargo, por alguna
razón, en lugar de condenar a sus compañeros por su mala
conducta, los consejeros delegados culpan a Obama de
“vilipendiar” a las empresas, al parecer refiriéndose a
que habla con franqueza sobre la culpabilidad de las
partes responsables.
Vale, los consejeros delegados también son humanos, pero
consolarles porque se sienten dolidos no es una
prioridad ahora mismo, y no tiene nada que ver con
fomentar la recuperación económica. Si queremos un gasto
empresarial más fuerte, debemos dar a las empresas una
razón para invertir. Y, para ello, el Gobierno tiene que
empezar a hacer más, y no menos, para propiciar la
recuperación de la economía en general.
Paul
Krugman
Profesor de Economía en la Universidad de Princeton
Premio Nobel de Economía 2008.
© 2010 New York Times News Service.
Traducción de News Clips. |