Desde diferentes medios
de comunicación, ámbitos académicos y fuerzas políticas
se está tratando de demonizar a los sindicatos. Desde
hace tiempo hay en marcha una campaña en toda regla de
deslegitimación sindical que pretende cuestionarlos y
desprestigiarlos. Ese discurso antisindical, por
desgracia, prende en la sociedad más de lo que nos
podemos imaginar, incluso entre trabajadores, empleados
y estudiantes. Por lo que concierne a los estudiantes,
lo pude comprobar de primera mano en mis clases, en un
debate que se planteó en el Máster de formación de
profesorado de secundaria, o sea, con licenciados
universitarios. La controversia surgió a la hora de
plantear cuestiones como desempleo, mercado laboral y
papel desempeñado por los sindicatos. No todos opinaban
lo mismo, pero entre ellos estaba bastante arraigada una
visión muy negativa acerca de los sindicatos. Las
opiniones vertidas no se sustentaban en bases firmes,
como debería corresponder a estudiantes universitarios,
y en algunos casos tan solo se basaban en discursos
oídos en determinados medios de comunicación y se
trataba de mensajes simples y llenos de tópicos. Lo que
no deja de ser triste que esto suceda en las aulas
universitarias.
Otros acudieron a argumentos expuestos por profesores,
en consecuencia aprendidos en los cursos de
licenciatura, y en ellos se consideraba que los
sindicatos son en gran parte responsables del paro
existente, al negarse a realizar reformas en el mercado
laboral. Se sostiene que los sindicatos con sus
posiciones inmovilistas lo que hacen es defender a los
trabajadores estables y con trabajo, que son sus
afiliados y votantes, frente a los parados o
trabajadores precarios. Se defiende a los trabajadores y
empleados veteranos contra los jóvenes, a los padres
frente a los hijos. Se defiende, por parte de los
sindicatos, algo tan antiguo como la rigidez del mercado
laboral y no la flexibilidad que es, según dicen, la que
podría traer creación de empleo y hacer a la economía
española más competitiva.
Tesis de este tipo resultan un tanto extrañas, pues de
ser ciertas irían contra los propios sindicatos. En
primer lugar, en periodos de crisis como el que estamos
viviendo, los trabajadores considerados como estables
también pierden su empleo, si bien es cierto que los
primeros despedidos son los que tienen empleo temporal.
Pero la idea de que los sindicatos defienden a los que
tienen empleo frente a los que no lo tienen es un tanto
peregrina, pues el trabajo lo pierden también los que lo
tienen. Por tanto, no estamos ante una ecuación fija, en
la que unos trabajan y son los protegidos por los
sindicatos, y otros tratan de entrar a trabajar en lo
que tiene apariencia de una fortalece protegida
sindicalmente.
Por otra parte, los sindicatos son tanto más fuertes en
la medida que tengan más afiliados, seguidores,
votantes, y su enemigo principal es, precisamente, la
precariedad laboral que hace al trabajador temeroso ante
la posible sindicación. La debilidad sindical que se
padece se debe precisamente a la existencia de tanto
trabajo precario y temporal, además de a los cambios que
se han producido en la estructura productiva en las
últimas décadas. No cabe suponer, por tanto, que los
sindicatos vayan contra sus propios intereses. Lo que
tampoco se puede pedir a los sindicatos, como señalan
repetidamente algunos economistas, es que desnaturalicen
su razón de ser, que es la defensa de los derechos de
los trabajadores, la lucha por un trabajo estable y
digno, y que éste tenga lugar en condiciones de
seguridad laboral. Dejar a los sindicatos en un papel
solamente de prestación de servicios o asesoramiento
legal no tiene ningún sentido.
Por eso, hay que insistir ante trabajadores, empleados y
estudiantes que no se confundan de enemigo. Los
sindicatos es posible que se equivoquen, y de hecho su
labor puede y debe ser objeto de crítica, pero son
fundamentales en cualquier economía y sociedad. Llama la
atención que en algunos casos se observan críticas
acérrimas a los sindicatos, y sin embargo no se critican
con la misma indignación la gran desigualdad económica
existente, los abusos que se cometen diariamente contra
los trabajadores, las discriminaciones que se dan en el
mercado de trabajo, la corrupción, la especulación, el
fraude fiscal o la evasión de capitales a paraísos
fiscales y bancos suizos. Estos son precisamente los
males del sistema que hay que denunciar con energía ya
que son en gran parte responsables de los males que
padecemos.
Otras críticas que se hacen son que los sindicatos viven
de los fondos públicos en general, ya sean europeos o
españoles, que se han burocratizado en exceso, y que
cuentan con una gran legión de liberados. También, que
apenas se ocupan de los derechos de los trabajadores en
empresas concretas o sectores determinados cuando tantos
han ido al paro. De todo esto lógicamente se debe
discutir, y hasta cuestionar la labor de los sindicatos
en sus actuaciones cuando parezca oportuno, pero en
ningún caso resulta conveniente hacer un discurso
antisindical desde los sectores asalariados y menos caer
en la trampa de los que desearían acabar con los
sindicatos, entre ellos muchos economistas, que
consideran que éstos desvirtúan el mercado laboral
haciéndole ineficiente en una economía en la que se
considera que el mercado debe de funcionar sin trabas, y
con la mayor flexibilidad.
Los sindicatos, no obstante el papel positivo y
necesario que desempeñan en cualquier economía, no
deberían hacer oídos sordos a las críticas que se les
hacen desde los sectores asalariados. Deben además hacer
un esfuerzo para acomodarse a las nuevas condiciones
económicas y sociales. No pueden seguir con clichés
antiguos, y tienen que atender a los más desprotegidos
laboralmente hablando, así como luchar contra todas las
injusticias, y mostrar acciones de solidaridad y
cooperación con los pobres del mundo subdesarrollado. No
deben atender solamente a la aristocracia obrera que
tiene empleo fijo, sino también a los que sufren mayores
grados de exclusión y desigualdad.
A su vez, tienen que combatir en su propio seno el
exceso de burocratización, lo que ha conducido a que
muchos líderes y sindicalistas hayan perdido el contacto
con los puestos de trabajo cambiándolos por despachos,
haciendo una labor más que discutible. Los sindicalistas
no pueden descolgarse de las verdaderas condiciones de
trabajo y de las inquietudes de los trabajadores.
Actitudes de este tipo van en detrimento del buen nombre
de los sindicatos. Tienen que combatir tendencias que a
veces se producen, desgraciadamente, como actitudes
corporativas, gremiales o interesadas personalmente, en
vez de defender lo que verdaderamente tienen que
defender. Conviene ver la película “Las invasiones
bárbaras”, del director Denys Arcand (2003),
precisamente para evitar caer en lo que allí se
denuncia, pues en algunos casos se dan comportamientos
que se acercan a la situación que se describe en este
buen film. Hacer autocrítica es sano, sobre todo en los
tiempos que corren de dificultades y de cambios
profundos.
Los sindicatos, además, tienen que jugar un papel
primordial en este cambio hacia una economía más
regulada, más equitativa e igualitaria, más social, y en
donde el desarrollo sostenible sea una prioridad a la
par que se combate para conseguir un trabajo digno y
decente para todos y no sólo para unos cuantos. Los
sindicatos se tienen que movilizar para avanzar en estos
fines, y esas movilizaciones tienen que adquirir una
dimensión cada vez más internacional. Los sindicatos
deberán tener un papel con mayor protagonismo en el
cambio necesario que hay que hacer en el futuro si no
queremos caer prisioneros una vez más del mercado, es
decir del poder del dinero y de los grandes intereses
económicos y financieros. En suma, tienen que tener
mayor amplitud de miras que con la que se conducen
actualmente, y deben ser difusores de otra economía y de
otra sociedad.
Carlos
Berzosa Alonso-Martínez. Es Catedrático de Economía
Aplicada e imparte la enseñanza fundamentalmente en las
disciplinas de Estructura Económica Mundial y Desarrollo
Económico. Rector de la Universidad Complutense de
Madrid. |