He referido bastantes veces aque llas declaraciones de
Hans Tietmeyer, presidente del Bundesbank entre los años
1993 y 1999. Decía aquél halcón neoliberal que los
políticos debían acostumbrarse a acatar las directrices
de los mercados.
Eran los años de la dulce inopia europeísta y por aquel
entonces sólo IU (y el PCE en ella) alertaba de lo que
iba a suponer el Tratado de Maastricht y supusieron
después los tratados de Amsterdam, Niza, etcétera. Desde
el FMI hasta el BCE pasando por el Gobernador del Banco
de España, la CEOE, Bruselas, Obama, el Presidente del
Gobierno y en general todos los turiferarios del
sistema, siguen insistiendo en la obligatoriedad de
acatar los dictados de los mercados. Desde mi contumacia
racionalista, heredera de la Ilustración y del
pensamiento libre, estoy asombrado y perplejo ante el
predicamento que esta superchería está alcanzando en
políticos, comentaristas, intelectuales y vox populi en
general. La omnipotencia de los mercados es presentada
de la misma manera que los brujos de la tribu traducían
los fenómenos de la naturaleza sus crédulos oyentes y
atribulan a los dioses las causas y orígenes de todo
aquello que atribulaba a la colectividad. Es éste uno de
los casos más claros de cómo los seres humanos son
capaces de regresar de manera infantil al pensamiento
mágico y animista. Los brujos y gurús sabían
perfectamente que la aceptación acrítica por parte de la
mayoría tribal era la base de su dominación como casta
sacerdotal. Los actuales manipuladores de las
conciencias saben también que la base de su dominación
incontestada estriba en el la apariencia científica de
sus manipulaciones económicas. Así los economistas del
sistema -nuevos nigromantes de hoy- de la mano de los
políticos y medios de comunicación lanzan a los cuatro
vientos que los mercados han decidido el sacrificio de
trabajadores y jubilados para que la «Economía del
pueblo» se salve. Palabra de Dios.
Pero esos poderes llamados mercados que parecen no tener
entidad concreta y son nombrados con unción mística,
tienen nombres y apellidos. Bancos, fondos de inversión,
centros bursátiles, especuladores grandes y pequeños,
paraísos fiscales, agencias de calificación y agiotistas
en general no son otra cosa que los detentadores de la
plaga de nuestros días: el capitalismo financiero. Este
poder fáctico, erigido en religión que exige sacrificios
constantes para saciar su inextinguible apetito, no hace
otra cosa que seguir los mandatos de una ley inexorable
y esencial a su naturaleza: la ganancia permanente, la
depredación continuada, la concentración de recursos
hasta el paroxismo. Nada nuevo desde Marx. Pero este
poder no sería nada si no tuviera acólitos, servidores y
propagadores de sus excelencias; políticos, medios de
comunicación, intelectuales, profesores, trabajadores
engatusados y pequeños rentistas que juegan a ser
grandes; toda una cohorte de iniciados en sus ritos y
ceremonias de las que extraen su parte alícuota del
botín; aunque ésta sea pequeña. En torno a esto abro
cuatro puntos de reflexión.
1) Si los mercados son los que marcan la política, la
Democracia no existe. ¿Por qué no se presentan los
mercados a las elecciones? La cuestión es ya vieja, el
capitalismo es la negación de todo principio
democrático. Quien no quiera, no sepa o no se atreva a
deducir esta consecuencia de los acontecimientos de
estos días es que está totalmente abducido, su razón
embotada o comparte status y ganancias.
2) Quien siga negando la existencia de la lucha de
clases teniendo ante sí este ataque y los que vendrán a
los intereses de los trabajadores y pensionistas es que
le ciega la luz de la evidencia. Otra cosa es que alguno
de los luchadores en presencia no quiera, no sepa o no
se atreva a sacar las consecuencias prácticas de esta
evidencia. Warren Buffet, multimillonario norteamericano
ya dijo en el 2005: de acuerdo, la lucha de clases
existe, pero la están ganando los míos.
3) Cuando la crisis de 1929 los capitalistas aceptaron
las políticas keynesianas que supusieron para ellos
fuertes incrementos en sus impuestos (hasta el 90% en
algunos casos), prevaleció la idea de que para salvar al
sistema debían hacer concesiones. Las razones de fondo
estribaban en la existencia de la URSS y la combatividad
de los trabajadores. Ahora el panorama es totalmente
diferente. En el caso de España bastarían ligeros
aumentos impositivos sobre las rentas del capital para
obtener ingresos por valor de los 15.000 millones de
euros que se desean recortar del gasto social y de
inversión. Pero en esta hora el capital quiere dejar
claro que en esta materia ya no caben transacciones ni
cesiones; es una cuestión de dominio claro y de hacer
desaparecer toda idea de contestación o alternativa. Van
por delante las consideraciones ideológicas,
estratégicas y de hegemonía. Toda una lección para los
dominados. ¿Se aprenderá?
4) Los hombres y mujeres que, organizados o no, seguimos
combatiendo y estamos dispuestos a intensificar nuestros
esfuerzos contra esta barbarie, demandamos, exigimos una
convocatoria unitaria capaz de galvanizar colectivamente
voluntades, esfuerzos, dedicaciones y proyectos de
transformación. Toda dilación en esta tarea, todo
ensimismamiento en arabescos inútiles o toda actitud
enfeudada en la inercia, es incorporars e objetivamente
a la legión de sacerdotes de este Baal insaciable.
Julio
Anguita
Ex coordinador general de IU. |