A veces las vacaciones no son estupendas. Con los años
he llegado a la conclusión de que a veces es como
bracear en un embrollo del que puedes perder el control.
Algo así como cuando vas en barca y pasas de la calma
chicha a la tramontana: partes con el mejor de los
propósitos, pero el regreso puede ser un infierno. Si la
embarcación es pequeña, la posibilidad de que estalle el
conflicto en cubierta en cualquier momento es mayor. Lo
mejor suele ser el silencio porque las palabras más
inocuas pueden tornarse lanzas. Cuando la travesía es
movida, no hay toldo que valga mientras la proa se hunde
bajo las olas. Mantener el equilibrio –en este caso,
físico– es toda una heroicidad. El sol abrasa la piel y
la brisa corta como un cuchillo. Agua y fuego fermentan
todos los demonios. Prudencia y paciencia.
A veces, decíamos, las vacaciones no son estupendas,
aunque enganchan. Hay quien las imagina como el
horizonte idílico que se divisa desde alta mar. Nos
pasamos todo el año pensando en ellas, y cuando llega el
momento resulta que la distancia entre el deseo y la
realidad es insalvable. La expectativa y la perspectiva
sirven a un mismo fin, pero nadie ha dicho que sean la
misma cosa. He leído que la acariciada descompresión
pretende ser la huida de uno mismo pero, como advirtió
ya algún sabio de la antigüedad, cualquier fuga de uno
mismo está condenada al fracaso.
Los niños han dejado de ir al colegio hace cerca de un
mes: ha llegado el momento del reencuentro con su madre.
Sí, con la madre. No se confundan, el niño seguirá
prendido a las faldas (o al bikini) de su mamá. A los
niños les encanta que su madre sea, pongamos por caso,
periodista, pero detestan los efectos secundarios de
esta profesión. Seguro que en las vacaciones las
criaturitas recuperarán cada segundo perdido, por
pequeña que sea la cubierta de la barca. Y qué decir de
la vida en pareja. Durante los otros once meses se han
ido acumulando los rencores y estos pueden saltar en
torno a la primera paella con los suegros. Seguro que,
como cada año a la vuelta del verano, aparecerán
estadísticas sobre el repunte del número de divorcios,
si no los arrincona la crisis. No es que en verano se
acabe el amor, sino que es por esas fechas cuando
algunos se dan cuenta de que no soportan a sus parejas.
La travesía del agosto es dificilísima. Si ustedes son
de los que han decidido desafiar la tramontana, mis
mejores deseos. Yo, por mi parte, estoy pensando en
poner en el salvapantallas del ordenador una foto de la
costa mediterránea, aquella que se ve desde la barca, y
quedarme encerradita en la oficina, que es como mi casa.
No sea que tenga que enfrentarme a mi destino.
Felices vacaciones.
Susana Quadrado |