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Italia, Alemania, Francia, España y Grecia, los
trabajadores, los jubilados y los estudiantes ya han
salido a la calle contra las medidas de austeridad y
suelen manifestarse bajo el lema "No pagaremos por su
crisis" |
Durante la cumbre del G-20
de los días 26 al 29 de junio pasado, mi ciudad parecía
una escena del crimen. Los delincuentes desaparecían en
la noche huyendo del lugar. No estoy hablando de los
chicos vestidos de negro que rompían ventanas o
incendiaban coches de policía. Estoy hablando de los
jefes de Estado que desgarraban las redes de la
protección social y quemaban buenos puestos de trabajo
en medio de una recesión. Frente a los efectos de una
crisis creada por la capa de los más ricos y
privilegiados del mundo, decidieron endosar la factura a
la gente más vulnerable y pobre en sus propios países.
¿De que otra forma podemos interpretar el comunicado
final del G-20, que ni siquiera incluye un mísero
impuesto sobre los bancos y las transacciones
financieras, y en cambio prescribe a los gobiernos una
reducción del déficit a la mitad para el año 2013?
Se trata de un recorte imponente y enorme, por lo que
debemos aclarar quién lo pagará: estudiantes que verán
cómo se deteriora aún más su nivel educativo en la
enseñanza pública mientras aumenta el importe de sus
matrículas; jubilados que perderán sus beneficios
sociales ganados a pulso; funcionarios públicos cuyos
puestos de trabajo serán eliminados. Y la lista
continúa. Este tipo de recortes ya han empezado a
aplicarse en numerosos países del G-20 y serán aún mucho
más duros. Por ejemplo, la reducción del déficit
proyectado en el 2010 en Estados Unidos a la mitad, en
ausencia de un notable incremento fiscal, representaría
un recorte de 780 millardos de dólares. Los recortes se
aplican por una sencilla razón. Cuando los países del
G-20 se reunieron en Londres en el 2009, en el punto
culminante de la crisis financiera, los líderes
fracasaron a la hora de regular el sector financiero a
fin de que no volviera a ocurrir nunca más tal tipo de
crisis.
Sólo tuvimos una retórica hueca y un acuerdo para poner
billones de dólares en dinero público sobre la mesa para
apuntalar la banca en todo el mundo.
Entre tanto, poca cosa hizo el Gobierno estadounidense
para apoyar las viviendas y puestos de trabajo de la
gente, de modo que además de la hemorragia de dinero
público para salvar a los bancos, cayó la base
impositiva dando pie a una crisis de deuda y déficit
totalmente predecible.
El primer ministro canadiense, Stephen Harper, convenció
a sus homólogos de que no sería justo castigar a los
bancos que actuaron bien y no crearon la crisis (a pesar
de que los altamente protegidos bancos de Canadá son
sólidamente rentables y fácilmente podrían absorber un
impuesto). Sin embargo, estos líderes no pararon mientes
en la exigencia de lo que es justo al decidir castigar a
personas sin culpa por una crisis creada por
inversionistas en derivados financieros y ausencia de
reguladores.
La semana pasada, The Globe and Mail de Toronto publicó
un fascinante artículo acerca de los orígenes del G-20.
Resulta que el concepto se concibió en una reunión en
1999 entre el entonces ministro de Finanzas canadiense,
Paul Martin, y su homólogo estadounidense, Lawrence
Summers (algo interesante de por sí, ya que en ese
momento este último desempeñaba un papel básico para
crear las condiciones de esta crisis financiera al
permitir una ola de consolidación bancaria y negarse a
regular los derivados).
Ambos personajes querían ampliar el Grupo de los Siete,
pero sólo a países que consideraran estratégicos y
seguros. Necesitaban hacer una lista, pero según parece
no tenían papel a la mano. Así que, según los
periodistas John Ibbitson y Tara Perkins, "los dos
hombres tomaron un sobre color manila, lo pusieron en la
mesa entre los dos y empezaron a esbozar el croquis de
un nuevo orden mundial". Así nació el G-20.
La anécdota es un buen recordatorio del hecho de que la
historia se configura según las decisiones humanas, no
según las leyes de la naturaleza. Summers y Martin
cambiaron el mundo con las decisiones que garabatearon
en una de las caras de ese sobre. Pero nada indica que
los ciudadanos de los países del G-20 hayan de recibir
órdenes de este selecto club.
En Italia, Alemania, Francia, España y Grecia, los
trabajadores, los jubilados y los estudiantes ya han
salido a la calle contra las medidas de austeridad y
suelen manifestarse bajo el lema "No pagaremos por su
crisis". Tienen muchas ideas y sugerencias sobre cómo
obtener ingresos para hacer frente a sus respectivos
déficits presupuestarios.
Muchos demandan un impuesto sobre las transacciones
financieras que reduciría la rapidez de transferencia
del dinero especulativo y obtendría nuevos fondos para
apoyar programas sociales y luchar contra los efectos
del cambio climático. Otros exigen imponer a los
contaminadores elevados impuestos que financien el coste
de hacer frente a los efectos del cambio climático para
alejarse de los combustibles fósiles. Y, por cierto,
poner fin a guerras que se están perdiendo siempre es
una buena manera de ahorrar costes.
El G-20 es una institución ad hoc, sin la legitimidad de
la Organización de las Naciones Unidas. Ya que acaba de
intentar endosarnos una enorme factura por una crisis
que la mayoría de nosotros no contribuyó a crear,
propongo que nos guiemos por el gesto de Martin y
Summers. Tomen el sobre y escriban al dorso: "Devolver
al remitente".
NAOMI KLEIN
Economista, abogada
Columnista de ´The Nation´ y ´The Guardian´
autora de ´La doctrina del shock. El auge del
capitalismo del desastre´ |