Es
una característica de los nacionalismos conservadores y
liberales existentes en España (tanto los centrales
jacobinos como los periféricos) asumir que todas las
clases sociales quedan homogeneizadas bajo la categoría
de nación, identificando los intereses de tal nación con
los de quienes lideran tales movimientos. De ahí que los
nacionalismos sean hostiles al concepto de clase social
que –según ellos– diluye el impacto de su propuesta
soberanista.
La realidad, sin embargo, es que hay tantas españas como
clases sociales hay en España. Y hay tantas catalunyas
como clases sociales hay en Catalunya. Por supuesto que
las clases sociales dentro de una nación pueden tener
intereses comunes, tales como la defensa en la
utilización de su lengua y de su identidad nacional, un
punto de una enorme importancia en Catalunya. No existe
plena conciencia de ello en otras partes de España. La
primera vez que me detuvieron en Barcelona fue en los
años cuarenta, a la temprana edad de 7 años, cuando le
escupí a la cara a un gris –un policía nacional español–
por abofetearme por hablar en mi lengua materna –el
catalán– tras insultarme, diciéndome: “No hables como un
perro, habla como un cristiano”.
Ahora bien, lo que se olvida con gran frecuencia es que,
de la misma forma que hay intereses comunes entre las
clases sociales de una nación, también hay intereses
comunes entre las clases sociales dentro de un Estado
con varias naciones. Y la experiencia en España lo
demuestra. Las clases dominantes de las diferentes
naciones de España se aliaron para derrotar a la
República, siendo los nacionalistas conservadores y
liberales catalanes de los años treinta los mayores
promotores en Catalunya del golpe militar que persiguió
con mayor brutalidad la identidad catalana. Como
frecuentemente ocurre con los nacionalismos
conservadores y liberales catalanes, antepusieron sus
intereses de clase a los de la nación.
Por las mismas razones, la clase trabajadora catalana ha
tenido frecuentemente más intereses en común con las
clases trabajadoras de otras naciones y pueblos de
España que con las clases conservadoras que han
gobernado Catalunya y España la mayoría del siglo XX. En
realidad, el enorme retraso del Estado del bienestar
español y catalán se debe primordialmente al enorme
poder e influencia que tales clases han tenido a lo
largo de nuestra historia sobre el Estado. Ni que decir
tiene que España y Catalunya hicieron grandes avances
económicos y sociales a partir del establecimiento de la
democracia. Pero el gran avance económico no ha sido
correspondido con un gran avance social, pues continúan
estando a la cola de la Europa social. Así, España,
según datos de 2007, es ya la octava potencia económica
del mundo, con un PIB per cápita que es el 94% del
promedio de la UE-15. Sin embargo, su gasto público
social es sólo un 74% del promedio de la UE-15. Por su
parte, Catalunya es ya más rica que el promedio de la
UE-15, con un PIB per cápita que es el 110% del promedio
de la UE-15. Pero su gasto público social per cápita es
sólo el 73% del promedio de la UE-15.
La explicación que da el nacionalismo conservador y
liberal catalán a este retraso social es que este se
debe al déficit fiscal de Catalunya con respecto a
España, consecuencia de que los fondos que el Estado
central recoge de las personas que viven en Catalunya a
través de los impuestos es mucho mayor que los que
recibe Catalunya (tras su contribución a la necesaria
solidaridad que Catalunya ejerce con el resto de España
–y que allí pocos cuestionan–, y tras el pago de los
servicios de todo el Estado que corresponden a Catalunya).
Este déficit fiscal es considerado excesivo por la
mayoría de la población catalana. Ahora bien, los pasos
iniciados por el Gobierno de izquierdas de la
Generalitat y aprobados por el Gobierno socialista
español van en la dirección de corregir tal déficit.
Pero lo que no citan los nacionalistas conservadores y
liberales catalanes (ni tampoco citó el documental
propagandístico que mostró la televisión pública TV3 a
favor de la independencia de Catalunya) es que, incluso
con la resolución del déficit fiscal, Catalunya todavía
se gastaría en su Estado del bienestar mucho menos de lo
que le correspondería por el nivel de desarrollo
económico que tiene, lo cual requeriría la suma de 2.735
euros estandarizados per cápita más de los que se gasta
en su Estado del bienestar (un euro estandarizado es la
unidad monetaria utilizada para homologar el poder de
compra de países de distinto nivel de vida en la
eurozona).
La corrección del déficit fiscal que Catalunya tiene con
el Estado central significaría un crecimiento de 965
euros estandarizados per cápita en gastos sociales, pero
aún faltarían 1.770 euros estandarizados más para que
Catalunya se gastara lo que le corresponde por su nivel
de riqueza. Y la causa de que este dinero no se gaste es
que ni el Estado central ni la Generalitat lo recaudan,
debido al enorme poder de las clases más pudientes
(burguesía, pequeña burguesía y clases medias de renta
superior) existentes en Catalunya y su influencia sobre
los gobiernos, tanto central como autonómico. Esto
explica que no paguen los impuestos que sus homólogos en
la UE-15 pagan. Lo mismo ocurre en el resto de España,
donde el fraude fiscal alcanza dimensiones
extraordinarias y son las rentas superiores las que
practican más tal fraude. Según la propia Agencia
Tributaria, un empresario en España y en Catalunya
declara menor renta que un trabajador.
Y esta es la mayor causa del subdesarrollo social de
Catalunya y del resto de España, de la cual no se habla
ni en Catalunya ni en España. El enorme dominio de tales
clases sociales a los dos lados del Ebro explica que los
nacionalismos conservadores y liberales centrales
jacobinos y los periféricos (que se oponen en temas
nacionales) sistemáticamente se alíen y apoyen políticas
fiscales regresivas que benefician a las rentas altas a
costa de las rentas medias y bajas de Catalunya y del
resto de España.
Vicenç
Navarro es catedrático de Políticas Públicas de la
Universidad Pompeu Fabra y director del Observatorio
Social de España
Ilustración de Mikel Jaso
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