Sin entrar en controversias
¿Qué sentido tiene celebrar el Día de la Mujer cuando los
lacitos y los discursos planos se diluyen en la
insignificancia?
Y, sin embargo, aún hay mucho
horizonte por delante, porque en ciertos aspectos seguimos
siendo ciudadanas de segunda. Pero las hogueras de ropa
interior ya pasaron. No necesito ninguna plataforma que
hable por mí y no apoyo la dialéctica genital.
Creo que cuando una mujer se
aprovecha de su condición para conseguir prebendas está
pisando a todas las que cada día son violadas, mutiladas y
esclavizadas. Lo siento, la maternidad como coartada es tan
machista como la costilla de Adán y cuando se trivializa la
dignidad con campañas gramaticales se está manipulando la
lucha de Clara Campoamor.
Pero es muy fácil utilizar el
lenguaje para no cambiar la realidad que ésta representa.
Las políticas de igualdad siguen siendo necesarias, pero
cuando te aventuras por ese camino te enfrentas a una
sociedad paternalista, que deja hacer mientras no te metas
con determinados tabús. La esclavitud sexual es uno de
ellos. El universo de la prostitución es un tótem masculino
y la mayoría de los hombres aún la ve con simpatía y
aprobación, cuando no con romanticismo.
Me gustaría saber cuántos de
los que se ponen el lazo consumen esclavas. No hace falta
salir de la ciudad para ver lugares en los que se compran
seres humanos, factorías de siervas, santuarios de miseria.
Y, sin embargo, aún estoy esperando que alguno de los que se
erige en adalid del feminismo haga algo por acabar con la
trata de blancas. No lo harán. Como tampoco se dirá nada
contra el multiculturalismo que esconde la servidumbre bajo
los pañuelos.
La peor ablación es la que
siega el pensamiento libre. ¿A qué esperan las que piden
mordaza para periodistas para manifestarse en contra del
velo en las escuelas? Porque, si toleramos a quienes creen
en las piedras, tendremos que consentir que un día nos las
lancen.
*Escrito por Cristina Fanjul
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En 1791, una mujer valiente
llamada Olympe de Gouges alzó su voz en defensa de los
derechos de la mujer en medio de la Revolución Francesa. Si
hay una dama que merezca calle en todas las ciudades del
mundo es ella, aunque para la mayoría se trate de una
perfecta desconocida. Defendía mi admirada Gouges que la
mujer nace libre y debe permanecer igual al hombre en
derecho al voto, a la propiedad, a la educación, a ejercer
cargos públicos, hasta a formar parte de las Fuerzas
Armadas, que ya es echarle narices la señora en 1791. Sus
revolucionarios compañeros, más de gallinero que de
pensamiento, la miraban de reojo, suspicaces, envidiosos de
su brillantez, y encontraron el hueco perfecto para eliminar
el incómodo problema de esa femenina cabeza haciéndola rodar
cuando se opuso a que Luis XVI fuese guillotinado. Un rasgo
de misericordia hacia el vencido que le costó sentencia por
traición.
Acabamos de celebrar el Día
Internacional de la Mujer Trabajadora, que es sinónimo
directo de Mujer a secas. Este tipo de recordatorios
anuales, semejantes en importancia al Año Internacional de
la Mujer que proclamó en 1975 la ONU, suponen un toque de
atención ante una realidad bien distinta a la que se
cacarea: la situación de la mujer dista de igualdad con la
del hombre. Las listas paritarias asemejan un remiendo a la
discriminación, más en ellas mismas radica tal concepto pues
nunca se valora que ocho mujeres brillantes releguen a dos
hombres, como si inteligencia, preparación y capacidad de
liderazgo fueran cualidades inherentes al macho y rara
característica en la hembra.
Todavía hay algún organismo
unineuronal que convierte en candidata al pivón de turno,
para que decore el parlamento, o rescata a la niña mona de
encefalograma plano, porque la otra, la que le discute,
argumenta sólido y hasta le vence, molesta a mucho varón,
que no encuentra otro medio de recolocarla en su puesto que
el consabido «mujer tenías que ser» y a otra cosa mariposa.
Durante el siglo XIX, las
mujeres regresaron al silencio de las fábricas, al trabajo
del campo, al de la familia a mayores. Nadie contaba con
ellas. Gouges pasó al olvido. Hasta que en 1857 un grupo de
obreras textiles protestó en Nueva York contra las
condiciones de trabajo. Medio siglo más tarde, en 1908, en
el mismo lugar y procedentes de semejante gremio de
trabajadoras, un puñado de mujeres valientes se declaró en
huelga para defender sus derechos laborales, pedir un
aumento de sueldo, reducción de jornada y el fin de la
explotación infantil que a sus compañeros varones importaba
un regio pito. 129 de ellas murieron quemadas en la fábrica
Cotton Textile Factory un 8 de marzo de ese año. En 1910, el
Congreso Internacional de Mujeres Socialistas de Dinamarca
propuso esa fecha para conmemorar su gesta. A partir de
entonces, se celebra el Día Internacional de la Mujer
Trabajadora. Un color, el amatista, o lila, como prefieran,
recuerda su lucha, todavía viva en los millones de mujeres
que en la actualidad sufren en sus carnes la discriminación
real del sueldo y las promociones. Por cierto, un color
asociado a la realeza espiritual. Seguro que Gouges, desde
el cielo, sonrió al saberlo.
*Escrito por Margarita Torres |
El 8 de marzo no está en
crisis, aunque las mujeres paguen la crisis con más paro,
más precariedad y menos salario. Se ha avanzado mucho y hay
que celebrarlo, pero no pararse en las palabras
grandilocuentes, ni en los espejismos. El cuidado de las
personas dependientes, ya sea en residencias, en ayuda a
domicilio, centros de día o en los hogares sigue siendo un
reservorio femenino que en muchos casos sirve de colchón
familiar y empresarial para paliar la crisis del ladrillo.
En León se trufó la fecha
reivindicativa con los Lunes sin Sol y no se sabía bien si
era 8 de marzo o 25 de noviembre. Hubo discursos y pancartas
recordando que el postmachismo «aparece cuando se cree que
la igualdad ya está conseguida», esperanzadores rostros de
niñas enarbolando sus derechos y sus sonrisas… Cada una
llevó su luz.
Pero hubo unas palabras
imprevistas, que no improvisadas, que lo dijeron todo y
cortaron el frío. Dueñas de nosotras mismas, de Keka,
Elena Fernández, pianista del Combo Toro. En un escueto
mensaje recordó que en la era digital no debemos olvidar
nuestra herencia, toda una «genealogía» de «intentos,
silencios, voces, cuidados, soluciones…», de mujeres
diversas, incluso opuestas y marginadas, «rebeldes y
sensatas», «las que aceptaron y las que supieron decir no».
Desde la individualidad
reivindicó brillo para la historia de las mujeres y nos
invitó a continuar el camino, eso sí, «dueñas de nosotras
mismas». Un reto personal y colectivo en un tiempo en que la
economía no está al servicio de las necesidades de las
personas, hombres y mujeres. En un tiempo en que quienes
provocan las crisis se nutren de las ayudas del sistema,
mientras en los bancos se acumulan las solicitudes de
préstamos ICO para apuntalar pequeños negocios de grandes
personas. Y en el paro se alarga la cola.
*Escrito por Ana Gaitero
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