De nuevo el 8 de marzo, de nuevo se nos da la
posibilidad de visibilizar como tema central en los
medios de comunicación la situación de las mujeres.
Aunque siguen oyéndose voces sociales y políticas
que proclaman que la desigualdad es cosa del pasado,
aunque se han introducido cambios legislativos en
los últimos años en favor de la igualdad de mujeres
y hombres, la realidad es muy tozuda y contumaz y lo
cierto es que no es fácil acabar con formas de
pensar y de actuar que han imperado durante siglos.
A pesar del importante incremento de mujeres en el
mercado de trabajo y de que las mujeres estamos hoy
significativamente mas preparadas que las de hace
sólo dos décadas, a pesar de que nosotras somos las
que llegamos en mayor número a la universidad,
obtenemos notas más elevadas y finalizamos antes los
estudios, sin embargo el mercado de trabajo no
responde a nuestras expectativas.
Somos las mujeres las que seguimos sufriendo la
discriminación laboral y tenemos más dificultades
para encontrar empleo.
Somos nosotras las que accedemos a los puestos menos
remunerados, a los de baja cualificación y a los
trabajos a tiempo parcial.
Somos nosotras las que sufrimos la discriminación
salarial y las que, sólo por el hecho de ser
mujeres, recibimos salarios inferiores a los varones
en puestos de igual categoría.
Somos nosotras las que sufrimos la crisis y el paro
antes que los hombres, superando nuestra tasa de
paro en diez puntos al paro masculino.
Somos nosotras las que sufrimos la falta de
implicación de nuestros compañeros varones en las
tareas familiares, obligaciones domésticas y cuidado
de hijos e hijas, soportando jornadas interminables,
dificultades en el acceso al empleo y, en muchos
casos, esto supone la renuncia a puestos que puedan
dificultar la conciliación y la aceptación de
modalidades de contrato a tiempo parcial o trabajo
precario.
Somos nosotras las que tenemos mayor peligro de
exclusión social, especialmente las inmigrantes.
Somos nosotras las que formamos la mayor parte de
las familias monoparentales – aunque debiéramos
llamarlas “monomarentales”- y, por ello, sufrimos
problemas económicos, insuficiencia de servicios de
guarderías y de atención a personas dependientes.
Somos nosotras las que sufrimos la segregación
horizontal, que sigue estando presente en unos
trabajos claramente feminizados y en otros
masculinizados, viéndonos limitadas a sectores más
reducidos que los hombres, como demuestra el hecho
de que, en Europa, casi el 40% de las mujeres
trabajamos en la sanidad, la educación y la
administración pública, comparado con el 20% de los
hombres, y que sólo el 31,80% de los puestos
directivos en empresas y de la administración
pública estuviera en manos de mujeres en 2008.
En términos generales y teniendo en cuenta todos
estos factores, podríamos concluir que las mujeres
concentramos todos los índices que pueden
considerarse definitorios de precariedad laboral.
Por todo ello, es necesario librarse de estos
estigmas y romper estas cadenas opresoras heredadas
del pasado. Es necesario reconocer que la mitad de
la población tiene problemas para vivir en igualdad
de derechos, es necesario librarse de unos
estereotipos de género que subyacen e impregnan
hasta las entrañas esta sociedad en la que nos ha
tocado vivir y que impiden la construcción de un
mundo más justo e igualitario. Los estereotipos de
género están presentes en cada rincón de nuestras
vidas, determinan las miradas, las acciones e
incluso las convicciones de muchos y muchas y están
tan interiorizados que se aceptan sin más, sin
cuestionarlos y, por tanto, sin someterlos a
revisión y reaccionar ante ellos.
Sin duda, esto influye en la vida familiar, en la
vida laboral, en las relaciones personales y
sociales, en los intereses, en la interpretación de
nuestro entorno, etc., pero tienen una importancia
fundamental en el presente y no es menos cierto ni
menos preocupante que influye en la formación
académica y la elección profesional de los hombres y
mujeres del futuro, que siguen estando claramente
diferenciadas por sesgos de género. Todavía hoy se
clasifican los estudios, las carreras y las
profesiones como de “hombres” y “mujeres”, como si
esto evidenciara una diferencia en las capacidades,
intereses y motivaciones que se suponen propias de
uno u otro sexo.
El hecho de que haya carreras, como las ingenierías,
en las que no se supera el 30% de mujeres, es un
indicador de la segregación de género que sigue
impresa en nuestra sociedad y de la existencia de un
fuerte componente de rasgos estereotipados sobre el
papel social que se deja desarrollar a mujeres y
hombres en el ámbito socio-laboral.
Por todo ello, desde la Organización de Mujeres de
la Confederación Intersindical y STES-intersindical,
para erradicar todo tipo de discriminación de
género, consideramos urgente rearmar la conciencia
crítica sobre los mecanismos de perpetuación de las
desigualdades. Consideramos necesario romper con los
estereotipos de género que impregnan nuestra
sociedad y abrirla en igualdad de condiciones y de
derechos a toda la población. Consideramos
imprescindible educar en igualdad a nuestros hijos e
hijas, a nuestros jóvenes, en la escuela y en las
familias y en todos los ámbitos de su vida. Sólo de
esta manera lograremos vivir en una sociedad plural
y respetuosa, más justa e igualitaria.
Por ello, en este 8 de marzo, día Internacional de
la Mujer,
QUEREMOS
ESTAR EN TODAS. |