uerida, no te engañes. Hoy no
es tu día. La cosa no va contigo, ni –me temo-con la
mayoría de las mujeres pobres de este mundo. Tú no
eres pobre, ya lo sé, pero podrías serlo, porque no
participas de los derechos de las mujeres
trabajadoras. Tú es que no trabajas, ¿sabes?, por
interminables que sean tus jornadas laborales, sin
fiestas ni vacaciones y sin retribución alguna.
Porque las tareas del hogar y la educación de los
hijos son “impagables”. Tú sólo eres –socialmente
hablando- una “joven clase pasiva” que no produce,
pero que, sin embargo, contribuye silenciosa y
notablemente a la buena marcha de la economía del
país, como reconocen con la boca pequeña los
entendidos, y, de cuando en cuando, los políticos
demagogos que mendigan tu voto y el de tantas
mujeres como tú (unos cuantos millones de nada).
Además, para “celebrarlo”, hoy
te encuentras en la cama con un gripazo de órdago.
Tu marido se ha quedado en casa para cuidarte y
hacer algunas de esas tareas que tú realizas
impecablemente a diario. Ha tenido que pedir permiso
en el trabajo y le descontarán de su sueldo, que es
el de los dos, porque no entra otro, los días y las
horas que falte. Ya ves, eso de la igualdad y de la
conciliación familiar y laboral no te toca, no os
toca. Lo mismo que cuando nacieron tus hijos, ningún
permiso para él. Tampoco, ahora, si decidierais
tener otro. Como no trabajas… Y eso que es son
leyes “progresistas”, que si no… Así que, cuídate
mucho, querida, porque no tienes derecho a ponerte
enferma ni a lesionarte limpiando, cargando con la
compra o cocinando.
El año pasado, por estas mismas
fechas, escribí un artículo titulado “Mujeres
invisibles”, insistiendo en lo mismo, ¿recuerdas?.
No sé que tuviera repercusión o efecto alguno, salvo
el silencio, que, bueno, a veces es muy
significativo. Pero tú sí lo leíste y cuando lo
terminaste me lanzaste una inteligente sonrisa de
conmiseración. ¡Qué iluso! -debiste pensar. Vale,
pero yo sigo sin comprender por qué los partidos
políticos, los sindicatos y las organizaciones
feministas no se hacen eco de esta realidad tan
evidente como injusta. Callan, la obvian. Es decir,
por qué no la denuncian y por qué no reivindican
algo tan razonable como el que las amas de casa –y
los amos, que algunos hay- accedan a los derechos
laborales y sociales que las leyes otorgan al resto
de los trabajadores, de las trabajadoras y de los
desempleados. ¿O es que no trabajan? ¿Contribuyen
económicamente a la sociedad o no? ¿En qué
quedamos?… Ya va siendo hora de que nos pongamos
de acuerdo, ¿no?
Ahora cambiemos los papeles
tradicionales y abordemos las nuevas formas
familiares. Como decía, también hay amos de casa,
por opción personal, por obligación o por ambas
cosas a la vez. Hombres y mujeres que viven en
parejas homo o heterosexuales, en las que una de las
dos personas se queda trabajando en casa, realizando
mayoritariamente las múltiples tareas domésticas
mientras la otra trabaja fuera. Lo que no impide la
corresponsabilidad de muchas de dichas tareas. Pero
como el trabajo escasea, no queda más remedio que
optar. Aunque, ya ves, otras parejas juntan tres y
cuatro trabajos entre las dos. ¡Esas sí que saben!
El mundo es lo que tiene, que está muy mal
repartido…
El caso es que las dos trabajan
y aportan el resultado de su trabajo a la familia
que han formado, esa sociedad ganancial que, de
mutuo acuerdo, han establecido. Sólo una diferencia
-¡y qué diferencia!-: la primera no cobra salario
alguno ni tiene derechos laborales, ni una merecida
jubilación, sino sólo prestaciones sanitarias que
recibe vicariamente como beneficiaria de la
“verdadera” trabajadora, la que aporta el dinero de
su sueldo, la activa. ¿Es justa esta desigualdad? Si
no lo es, como pensamos muchas personas, ¿qué impide
reivindicar una mínima igualdad de derechos
laborales y sociales para quienes trabajan como amos
o amas de casa? ¿Cómo no hemos perdido el culo
demandando algo tan elemental? ¿Tan indigno es su
trabajo que no merece ser defendido?… SILENCIO…
Vaya, no os peleéis por contestar, ¿eh?
No, hoy no es tu día. Ni el mío
tampoco.
Salud. |