"Seño, seño", llaman los niños
de cinco años del colegio público Francisco de Goya (Almería). Y la seño,
Esperanza Fernández, 40 años y 19 de docencia, va de uno a otro en su clase
de infantil con un mandil de bolsillos a punto de reventar: pañuelos,
lápices, juguetes. Al mismo tiempo, en el edificio principal, Federico
Fuentes, de 60 años, director durante cuatro y actual secretario, redacta un
documento en el ordenador de un despacho. Una y otro ponen cara a las 23
mujeres y a los 7 hombres del claustro. Una proporción en la línea del
feminizado sistema educativo español: un 64,7% de profesoras (curso
2001-2002), concentradas en los niveles básicos de la enseñanza (infantil y
primaria) y un 35,3% de profesores que copan los cursos más altos y la
gestión de los centros (el 54,79% de los directores, en infantil y
primaria).
La tesis Las mujeres y los equipos directivos, defendida por Teresa García,
profesora de Ciencias de la Educación de la Universidad de Almería, recoge
estadísticas y analiza las escuelas desde una perspectiva de género y poder.
Concluye que el matrimonio, la maternidad y el propio esquema social y
educativo vuelven "invisibles" a las mujeres docentes mientras que potencian
el ascenso de ellos hacia los ámbitos de decisión.
García, doctora en pedagogía y experta en alternativas pedagógicas, quiso
saber las razones por las que las mujeres, más representadas en primaria, no
ocupan cargos de responsabilidad en la misma proporción. Abordó la parte
cuantitativa de su tesis en 84 colegios en Granada y la cualitativa,
grabadora en mano, en Almería: la directora del Francisco de Goya, Lilia
Romero, de 48 años y especialista de inglés, fue una de las entrevistadas.
Romero está acompañada esta mañana por Carmen Jiménez, de 47 años, tutora de
quinto curso y directora en otro centro con anterioridad. Jiménez apostilla:
"Las mujeres siguen relegadas en el campo de los sentimientos y de las
emociones, mientras que el campo más cognitivo pertenece a los hombres".
Esperanza Fernández no considera ninguna discriminación trabajar en los
niveles más básicos de la educación: "Lo decidí yo. No me atraía ninguna
otra especialidad de Magisterio; a lo mejor es que tenemos más ese instinto
maternal". Agrega que renunció a ser jefa de estudios del centro también por
una decisión suya, libre: "No me interesa, por mis hijos; necesitan el
tiempo del padre y de la madre".
"Durante mi investigación", dice Teresa García, "muchas maestras decían ‘no
tengo tiempo’ o ‘no me gusta’ cuando les preguntaba por qué no ocupaban
puestos de poder. Acabé descubriendo que ese gusto, conformado socialmente,
no era una elección propia, sino que obedecía a multitud de mecanismos
externos e internos a la institución, que se relacionan y retroalimentan, y
que marginan a las mujeres de los ámbitos de poder y decisión de los
centros".
También constató la pervivencia de estereotipos sexuales con el modelo de
maestra-madre. Y las prácticas de la propia Administración: "Descubrí que
cuando la Inspección de Granada tenía que nombrar director, elegía más a los
hombres que a las mujeres. Las mujeres son invisibles, están en otros
espacios y, además, cuando se establecen las condiciones para un cargo
directivo se está pensando en una persona con tiempo, y ése no es el caso de
la mayoría de maestras", manifiesta García. Lilia Romero y Carmen Jiménez
están casadas y se sienten apoyadas, alentadas por sus maridos, aun siendo
conscientes de que soportan la carga principal de sus casas. Las dos son
madres. Admiten que priorizaron sus familias a la hora de pedir sus
traslados. Y que en algún momento, cuando sus hijos eran muy pequeños, se
plantearon pedir una excedencia y dejarlo, pero no lo hicieron porque la
educación es "un compromiso social".
En general, las maestras y los maestros entrevistados razonaban con
argumentos distintos las mismas decisiones: ellos justificaban sus traslados
en la mejora profesional; ellas, en la cercanía con la familia. A la hora de
acceder a un puesto directivo, ellas hablaban de vocación y compromiso;
ellos, de reconocimiento. Para finalizar: "Ellas estimaban en mayor medida
que sus compañeros que la docencia y la dirección eran incompatibles".
Al acabar la jornada, Lilia Romero mira por la ventana y se muestra
optimista: "Cada vez más hombres llevan y recogen a sus hijos; y cada vez
más profesoras ocupan cargos directivos en los colegios". Pero con matices:
"Nos cuesta más llegar. Nos estamos incorporando al mundo público, pero el
hombre no lo está haciendo en la misma medida al privado". "Se precisan
cambios ideológicos y transformaciones estructurales profundas, y nos
corresponde a nosotros, los docentes, no reproducir los estereotipos de
dominación y dependencia, terminar con eso de que el maestro sea don, y la
maestra, seño". |