e | c | o | r | t | e | s | |
 |
|
INFORME.- |
TRABAJAR MUCHO Y RENDIR
POCO |
- La dificultad de conciliar las
vidas familiar y laboral disminuiría si adoptáramos los horarios
europeos
|
|
ANA R. Cañil.- Periodista. |
El pasado 5 de mayo, el Instituto de la Mujer presentó una encuesta donde
quedaba claro que el 45,8% de los españoles en edad de trabajar opinan que
la mujer debe de abandonar su puesto de trabajo al tener un hijo. Sólo un
0,6% apuesta porque el abandono sea por parte del hombre. Además, el 41% de
los responsables de personal de las empresas consideran que aplicar las
medidas de conciliación, que permiten a la mujer compatibilizar vida
familiar y profesional, "limita la competencia de la empresa". Consecuencia
de lo anterior es que el 46% de los encuestados considera que compatibilizar
la vida familiar y profesional es "muy complicado", y si sólo se pregunta a
las mujeres, ese porcentaje se eleva al 51%.
La encuesta se realizó esta primavera entre 4.000 personas de ambos sexos y
800 empresas españolas (200 con "alto grado de feminización"). Si se hubiera
hecho en estas fechas, tres semanas después de las vacaciones escolares, y
cuando las madres con trabajo llevamos meses pensando qué hacer con los
hijos, es fácil pronosticar que las respuestas femeninas serían más
negativas.
Ésta es una sociedad bipolar, que se mueve del amplio consenso para los
matrimonios de gays y lesbianas al apoyo a una derecha que compara al
indeciso en el voto con la mujer que "no cuenta con cuántos se acuesta",
como dice Fraga. El sondeo destaca que el tiempo medio que una mujer
trabajadora dedica a las tareas domésticas es de 3,10 horas, frente a las
1,30 horas que emplea el hombre.
Sostienen muchos expertos que estos abismos se matizarían si España fuese
capaz de adoptar los horarios europeos. O lo que es más fácil, volviese a
las sanas costumbres de finales del siglo XIX, y del periodo anterior a la
guerra civil. A comer entre las doce y la una, salir del trabajo entre las
seis y las siete, y cenar sobre las ocho, como en la UE.
Mientras nuestros vecinos paran menos de una hora para comer un sándwich, un
plato combinado o una ensalada, aquí comida y sobremesa pueden durar tres
horas, de dos a cinco. Se toma primer plato, segundo, postre, café, puro y
chupito. Sobre las cinco de la tarde, el ejecutivo medio, el empresario
autónomo, el jefe de toda la vida y el currito regresan a su trabajo
envueltos en el sopor y sin prisa. Total, esa pérdida de dos o tres horas ya
la compensarán después, saliendo tarde –entre las ocho y las diez– y
demostrando al superior y a la señora que han tenido un duro día de trabajo.
EL LIBRO verde de la Comisión Nacional para la Racionalización de los
Horarios Españoles y su Normalización con los países de la UE evidencia que
el nuestro es uno de los que más horas dedica al trabajo, pero con un
rendimiento y una productividad más baja que nuestros vecinos. En el
Eurostat del 2003, si la media de la UE en productividad por hora era de
100, la media de España era de 83,8, mientras que la de Francia era de 123.
¿Por qué esta aberración española, que no permite a las mujeres –o a
algunos hombres– ajustar más los horarios de trabajo a los de los colegios,
a la vida familiar? ¿Cuándo se produce esa desviación hacia horarios tan
tardíos, que nos llevan a la cama a partir de la medianoche, frente a una
media de las 22.00-23.00 horas en el resto de la UE? (También los datos de
Eurostat demuestran que, al dormir menos, llegamos al trabajo más cansados).
Hasta los años 30 del siglo pasado, los españoles teníamos las mismas
costumbres que los franceses, los portugueses o los italianos. Comíamos al
mediodía. Aún hoy en muchas zonas rurales se hace el almuerzo. Los cocidos
de Larra se celebraban a la una; los personajes de la Pardo Bazán
almorzaban a las 12.30 horas; los de Josep Pla, parecido. Los de
Benito Pérez Galdós, en el Madrid profundo, salían a la una de trabajar,
comían a las 13.30 horas y volvían al oficio a las 14.30 horas, al sonar el
pitido de las fábricas.
En la Catalunya de la posguerra se mantuvo el almuerzo a la una, y aún hoy
los niños de aquella época recuerdan a los padres comiendo rápido para
volver al trabajo entre las 14.30horas y las 15.00 horas. ¿Entonces? Son
muchos los que defienden que ésta es una imposición de la capital, de
Madrid. En este caso sí, el centralismo es culpable, en parte, del cambio de
horarios. A finales del XIX comenzaron a proliferar en Madrid los llamados
cesantes, una gran mayoría de ciudadanos de clase media funcionarios del
Gobierno que perdían su trabajo cada vez que cambiaba el signo político del
Ejecutivo. Los administrativos no afines al nuevo poder eran los llamados
cesantes.
LOS NUEVOS funcionarios, para distinguirse de los cesantes ya poco ocupados,
trabajaban hasta más tarde. En Madrid era de buen tono el "hoy comemos
tarde, porque Paco viene tarde del Ministerio y ya no vuelve". Anécdota o
realidad social, una costumbre de funcionarios de capital terminó por
imponerse al país después de la posguerra, aunque en remotos lugares todavía
se almuerza después del Ángelus de las doce, y se procura que a "las diez en
la cama estés, y si puede ser antes, mejor que después".
Pese a que esta aberración de horarios es una imposición del Madrid
centralista y obsoleto, es dudoso que los dirigentes autonómicos incluyan un
cambio de horarios en sus estatutos (¿o se les puede ocurrir?). Bromas
aparte, podemos conformarnos con que alguien, en este Gobierno de
Zapatero tan paritario, reflexione seriamente sobre el asunto y sus
consecuencias económicas y sociales. La citada encuesta del Instituto de la
Mujer contiene un dato inteligente y esperanzador: un 65% de la población
está dispuesta a pagar más impuestos a cambio de una mejora de los recursos
de apoyo a la mujeres para compatibilizar su vida profesional y laboral.
|
|
|
|
|