Una carrera fulgurante de piloto de avión rota por un embarazo. El ninguneo
de una jefa de supermercado cuando se le pide una reducción de jornada. Una
directiva de una empresa de comunicación relegada a resolver tareas de
becaria. Tres caras de la discriminación por razón de sexo en el trabajo, a
quienes los tribunales han dado la razón. "Los casos en los que se sufren
más ataques, y más duros", son aquellos en los que la mujer se queda
embarazada o pretende conciliar el cuidado de los hijos con su profesión,
dice la abogada laboralista Ana Clara Belia, que ha defendido a dos de estas
mujeres, "muchas veces el objetivo es que se vayan de la empresa. Eso en
ocasiones les hace salir del mundo del trabajo". La ley de Igualdad que
prepara el Gobierno -y que incluye despidos para el acosador o la
imposibilidad de obtener contratos públicos a empresas condenadas en firme
por discriminación- pretende combatir situaciones como éstas:
CONSUELO ARTO .- Piloto de avión
"Mi carrera se paró en el momento en que me quedé embarazada", dice
Consuelo, de 38 años, "estaba a punto de saltar a comandante". Ocurrió hace
nueve años. Hasta entonces, la trayectoria como piloto de esta mujer menuda
había transcurrido a velocidades dignas de la aviación: a los 15 años
tripulaba aparatos sin motor, a los 18 ya tenía el título para llevar
aeronaves y a los 22 era instructora de vuelo.
Tras comunicar la gestación de su segunda hija, se quedó sin sueldo de la
noche a la mañana. "Con un crío de tres años, una casa y, de repente, sin
ingresos. Porque tenía a mi marido…". Un reconocimiento oficial le
inhabilitó para volar mientras estaba de baja por amenaza de aborto en las
semanas iniciales del embarazo, situación en la que los tripulantes de
aeronaves no pueden embarcarse, salvo en los meses intermedios. Ella, semana
tras semana, mandaba un burofax ofreciéndose para desempeñar otras
funciones. Formar pilotos, por ejemplo. "Se negaron y pusieron a dar clase a
gente menos experta que yo", recuerda. Luego fue despedida. El largo litigio
ha acabado en el Tribunal Constitucional, que dictaminó hace unos meses que
la empresa, Pan Air, la discriminó por razón de sexo. Los abogados de la
compañía han indicado que "no hubo más remedio que suspender el contrato",
ya que entonces, en 1998, había un vacío legal que no protegía a la
trabajadora.
Los problemas, dice ella, comenzaron ya tras el embarazo de su primer hijo:
se le acabaron los ascensos en la compañía en la que, durante cinco años,
había tripulado aviones cargados de paquetes. Consuelo era la única mujer
piloto "y después de lo mío", dice, "no han vuelto a contratar a otra".
Cuando se reincorporó, le insinuaron "que no tuviera más hijos, incluso me
preguntaron", recuerda, "si mi marido no me podía mantener. Y me cambiaron
la programación, me pusieron todos los vuelos por Europa, imagínate, pasar
cinco días fuera de casa con un bebé de cuatro meses".
Consuelo posee casi 7.000 horas de vuelo pero la única cabina que conduce
ahora es la del centro de estética que acaba de abrir en Aravaca, un barrio
de Madrid. "Me han echado de la profesión", dice, "con la crisis que sufre
la aviación desde el 11-S es muy difícil incorporarse si no estás
consolidado. Si yo hubiera continuado en mi compañía, seguiría volando".
"En el embarazo de Paloma [su segunda hija, que ahora tiene 6 años] tuve que
asistir a juicios, a reuniones desagradables. No sé, mi hija es muy
nerviosa, y yo creo que es que no estuve ni un minuto tranquila". Una vez
nacida la niña volvió con la certeza de que iban a ir a por ella. "Antes, me
sometí a exámenes médicos por mi cuenta que certificaban que era apta para
volar". Pero no superó una prueba rutinaria que rebasaba dos veces al año.
"Te meten cuatro horas en un simulador y tienes que resolver averías o
aterrizajes forzosos. Lo hice como siempre, pero no pasé". La despidieron.
Aún renueva su licencia cada año. Sólo quiere volar. Lanza una reflexión
final: "Han avisado a otras empresas de que era conflictiva y yo digo que si
lo hubiera sido no habría estado casi 10 años allí, ¿no?".
ANTONIA FERRERAS .- Empleada de ‘híper’
"Me siento vigilada. Ignorada. De mí pasan. Ahora mismo soy un pegote", dice
Antonia Ferreras, de 35 años. "Pero lo he tenido muy claro. Lo principal
eran mis hijos y yo iba a luchar por ellos". Un juzgado de lo Social
madrileño ha fallado que fue discriminada por razón de sexo y que tras
solicitar la reducción de jornada para cuidar de sus dos hijos, ni le
pagaron los incentivos y complementos, ni le subieron el sueldo, ni le
dejaban librar más que un día a la semana.
Antonia entró en Carrefour -empresa de la que este periódico ha tratado, sin
éxito, de recabar su versión del litigio- a los 22 años de ayudante en
charcutería. Cuando abrieron el centro de Aluche en Madrid, en 1994, ya era
jefa de sección. A su primer hijo, Christian, que ahora tiene siete años, no
lo veía nunca. "Estaba mañana y tarde en la guardería", dice. Cuando nació
el segundo [Jorge, de tres años] tampoco pensó en la reducción de jornada.
Pero su trabajo era exigente, la presión aumentaba y estaba todo el día
allí. "Christian me decía: ‘¿Mamá, por qué nunca vienes a verme jugar al
fútbol?". Toñi empezó a llorar a ratos. "Sentía que estaba abandonando a mis
hijos". El médico dictaminó una baja por depresión que duró 13 meses.
Durante ese tiempo ella decidió que pediría reducción de jornada, pese a que
intuía que le iba a perjudicar, y así lo comunicó a la empresa. Su marido
tiene una tintorería, lo que significa horario comercial y los mismos
problemas que ella para cuidar de los hijos.
Al volver, en abril de 2004, se encontró con que habían nombrado a otro jefe
para su puesto, su fotografía había desaparecido del organigrama público de
mandos, y su aumento de sueldo y complementos no llegaban. Ni siquiera le
llamaron a una convención de mandos un día que ella trabajaba. CC OO le
asistió para denunciar. Tras la sentencia, su foto ha regresado al tablón.
"Pero no me informan, no cuentan conmigo para nada, y hasta preguntan sobre
las conversaciones con mis compañeros".
MARÍA .- Consultora de comunicación
"Cuando estaba de casi cuatro meses me metieron en un despacho y me dijeron
que me despedían por motivos económicos. Y yo contesté: ¡Pero si mis
resultados son buenísimos!". Ahí empezó el infierno para María, entonces
directora de cuentas de una agencia multinacional de comunicación. Tiene 38
años y usa nombre supuesto porque teme perjudicar más su carrera. "Puede dar
la impresión de que alguien que lucha por sus derechos es conflictivo. Es
triste pero es así y esto es el pan de mis hijos", dice ahora que tiene su
propia empresa.
María denunció a la compañía. A los pocos días recibió una llamada de la
policía: la empresa le acusaba de robar, además de documentos, un móvil que
le habían cedido. Luego llegó el juicio. "Justo después tuve una amenaza de
aborto, estuve ingresada y acabé de baja por estrés". El juez falló a su
favor y ella decidió que prefería, en sus condiciones, ser readmitida:
"Había intentado buscar trabajo y la respuesta siempre era: ‘Claro, es que
si estás embarazada…".
Tras la baja maternal, más sorpresas: "Me enseñaron mi nueva mesa, que
estaba entre la recepción y los baños. Pasé a trabajar para los que habían
sido mis subordinados. Me ordenaban hacer traducciones, listados. Cosas de
becaria. Por supuesto, no asistía a las reuniones y había compañeros que no
me saludaban. En esos momentos te das cuenta del miedo que tiene la gente".
La situación siguió unos meses. Le dieron una carta con instrucciones sobre
lo que no podía hacer en el ordenador, no tenía acceso a programas que sus
compañeros sí manejaban. Se sentía por un lado, indignada; por otro,
tranquila: "Me había ido mentalizando durante cuatro meses, los de la baja,
de lo que iba a pasar". Hasta que un día, desde Estados Unidos, llegó un
correo del presidente. María lo recuerda: "Decía: ‘Hemos sido elegidos por
segundo año consecutivo como la mejor agencia de comunicación para madres
trabajadoras’. No pude aguantarme y le escribí contándole mi situación". El
presidente encargó a sus abogados americanos una negociación que duró dos
meses y fue bastante difícil, por despido improcedente. La última sentencia,
que le ampara, es de febrero de este año, del Tribunal Superior de Justicia
de Madrid.
"Estudias, te preparas y luego te encuentras con la dura realidad, que es
casi la misma que en la época de tu madre", concluye María. "Toda la
responsabilidad de tener hijos cae sobre nosotras. Somos madres cada vez más
mayores, y eso no puede ser. Es increíble que te quedes embarazada y que
llegues a tener miedo de decirlo". |