En su último libro, El elefante y la pulga, Charles
Handy escribe: "El zorro -dijo Arquiloco- conoce
muchas cosas, pero el puercoespín sólo conoce una
gran cosa. Los ingleses insisten en criar
puercoespines cuando el mundo necesita una mezcla de
ambos animales para conservarse flexible y además
seguir siendo experto".
La frase de Handy debe hacernos reflexionar ahora en
un momento crucial en el que se están perfilando las
nuevas titulaciones que se van a impartir en la
Universidad española. Los académicos somos
conscientes de que ahora se está haciendo el mayor
cambio o reforma de la Universidad y que se está
llevando a cabo "sin luz y sin taquígrafos". La
sociedad no es consciente -o no está informada
suficientemente- de lo que los nuevos cambios van a
comportar.
Cuando en este país ponemos en marcha una nueva
reforma del sistema educativo universitario
basándonos en la idea romántica de hacer los
sistemas universitarios comprensibles y
convalidables entre los países, rápidamente nos
hemos fijado en el sistema anglosajón. Diríase que
nuestros gestores universitarios salen con ideas
preconcebidas y no se han parado a estudiar con
profundidad lo que, en esos países, personas con
conocimiento de su realidad e influencia comentan.
Hasta ahora las leyes (LRU o LOU) han tratado de
"reorganizar" la estructura universitaria -en la
duda de si esa palabra puede definir lo que se ha
pretendido- con escaso éxito. Ahora, aprovechando
los cambios auspiciados por la adhesión al Espacio
Europeo de Enseñanza Superior, se está propiciando
-en nuestra opinión- el cambio más radical de la
Universidad en los últimos tiempos.
Es radical porque con el afán de converger con
Europa -a espaldas del sistema imperante en Europa-
se pretende que ciertos títulos académicos
desaparezcan y otros alcancen un nuevo estatus y,
naturalmente, se engendran tensiones inevitables.
Nos gustaría que la sociedad -a la que la
Universidad ha de servir- tuviera un papel más
activo en un proceso que se está llevando a sus
espaldas. Seamos serios y preguntémonos cuáles son
las necesidades reales de la sociedad en que
vivimos, cuál es la formación que queremos para los
que configurarán el mañana. Cuando se quiere mejorar
el sistema educativo, o se mira a la sociedad y a
sus individuos o se cae fácilmente en el ejercicio
de gabinete: el papel lo soporta todo -y,
añadiríamos tristemente, que el españolito de a pie,
también-.
La Universidad española -a pesar de los cambios de
look en los que se ha visto envuelta- ha mejorado y
mucho: no sólo en cuanto a la investigación, sino
también en aspectos docentes. Nuestros alumnos salen
mejor formados que nosotros. Sin embargo, nos
gustaría volver sobre la idea de Handy, expuesta al
comienzo. Hemos de tratar por todos los medios que
los universitarios que salgan de nuestras aulas
puedan, por la formación que han recibido, ser
flexibles con capacidad de asumir los cambios
tecnológicos que el futuro les va a deparar y además
han de seguir siendo expertos. Por ello, cuando
ahora se habla de disminuir el contenido formativo
básico de las nuevas carreras, pensando en una
empleabilidad en breve espacio de tiempo, creemos
que se está yendo en una dirección diversa de la que
propone Handy. Debemos querer que los jóvenes que
ocupan las aulas universitarias tengan empleabilidad
a largo plazo, algo que no se consigue disminuyendo
los contenidos formativos, sino cimentándolos bien.
Cada carrera ha de durar lo que sea necesario de
acuerdo con los fines que se persigan. Un ejército
constituido por mandos no va a ninguna parte, a no
ser que actúe de soldado quien está formado para ser
mando: una pérdida de tiempo y de dinero. Pero
todavía sería peor que los integrantes de nuestras
fuerzas armadas fueran tan sólo soldados. Trasládese
este símil a nuestro sistema educativo
universitario.
Hace poco de un modo informal un empresario
comentaba -ante los rumores de cambios- que, ahora
que la Universidad se relaciona con la empresa y que
hay un deseo de satisfacer desde ella a los
requerimientos de los empleadores de los
universitarios, no nos debíamos meter en unos
cambios en los que la empresa no sepa qué sabe el
que quiere contratar.
Da la impresión de que siempre corremos en la
dirección equivocada. Cuando tenemos unas
oportunidades magníficas de mejorar el sistema,
damos volantazos con cambios bruscos, sin aprovechar
lo que de bueno tiene el sistema precedente.
Converger con Europa, sí; pero mirando a Europa.
Europa ha ido -en los países con los que nos
interesa converger (Alemania, Francia, Italia,
etcétera)- a un modelo no rupturista con respecto al
inicial de partida. Quizá sean más conscientes que
nosotros -y por ello más sabios- de que con la
educación no se hacen probatinas, pues nos jugamos
mucho.
|
(*) Carlos Vera es director de la
Escuela Técnica Superior (ETS) de Ingenieros
Industriales de la Universidad Politécnica de Madrid
y Juan Jaime Cano, director de la ETS de
Ingenieros Industriales de la Universidad
Politécnica de Valencia. Suscriben este artículo
Luis Álvarez, director de la ETS de Ingenieros
Industriales de la Universidad de las Palmas;
Carlos Bastero, director de la Escuela Superior
de Ingenieros de la Universidad de Navarra; José
Antonio Garrido, director de la ETS de
Ingenieros Industriales de la Universidad de
Valladolid; Javier Muniozguren, director de
la Escuela Superior de Ingenieros de la Universidad
del País Vasco; Rafael Navarro, director del
Centro Politécnico Superior de la Universidad de
Zaragoza, y Ricardo Tucho, director de la ETS
de Ingenieros Industriales de la Universidad de
Oviedo. |