Resisto mal
estas dedicaciones a "la" mujer. El hombre, el
niño… No somos todos iguales; sí, lo somos, pero
no estamos igual. La proclamación de igualdad, el
deseo de igualdad, encubre abismos de diferencia,
que pueden ir de la guineana a la neoyorquina. Y en
España, de la campesina a la urbana, de la mendiga
que se ampara en unas cajas de cartón -veo todos los
días tres o cuatro cuando me levanto y salgo- a la
directora de IBM.
Naturalmente, pasa igual con "el" hombre. Antes de
la fragmentación era más fácil expresarse así: el
hombre era el oprimido, y la mujer se incluía en el
mismo nombre común. Uno de los rasgos más
inteligentes del poder fue la fragmentación y luego
la universalización característica. Nos dividieron,
teniendo cuidado de que no fuese en clases, sino en
cuestiones adjetivas: nacionalidades, o autonomías;
edades, sexos, idiomas. Fútbol y otros deportes
alucinantes. De esta forma, nosotros seríamos
enemigos de nosotros: el Sevilla o el Betis, Madrid
o Barcelona, chico o chica. Se nos van nuestras
fuerzas en lo que alguna vez se llamó "luchas
intestinas". La mujer: yo no las he visto más que
trabajadoras y mal pagadas, a veces mal tratadas.
Algunas
preferían ser casadas a trabajadoras: muchas veces
han venido a despedirse de mí porque se iban del
trabajo: se casaban. Una vez, hace mil años, asistí
a una discusión en París, con mi querido compañero
Bellveser, en la que todos negaban que la mujer
casada debiera trabajar: excepto él y yo. Ahora su
trabajo es absolutamente necesario si se casan: la
sociedad ha hecho una unidad económica de la pareja
y la vivienda, los enseres, lo necesario para estar
en la sociedad no se puede tener sin el trabajo
mutuo; y a ella le pagan menos porque es un sujeto
fácil de explotación. También pagan menos al hombre:
menos que antes, en relación a los precios y a las
necesidades, reales y creadas por "ellos".
"La" mujer
debían ser "las mujeres", individual cada una y
capaces de juntar esas individualidades en un solo
sentido. Y unirse con el hombre en el mismo sentido.
La idea de que somos enemigos es descabellada, y
parte una unión necesaria. La complementariedad es
de los dos, no de uno específico para otro. La
división actual acentúa una enemistad. Ah, no
reniego de la lucha por la igualdad económica y
social: pero sólo se conseguirá si, como va pasando,
la sociedad de todos cambia para todos. |