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De izquierda a derecha,
arriba, Carmen de Burgos y Rosa Sensat (Archivo Biblioteca Rosa
Sensat). Abajo, Assumpta Blanch y María Cobeta. |
Carmen de Burgos fue duramente criticada por su compromiso
con la emancipación femenina |
Hay muchas maneras de contar la historia de la educación del siglo XX en
España, y una de ellas es a través de las voces de sus protagonistas: las
maestras. Las hubo de tres generaciones.
Las que vivieron la escuela del primer tercio del siglo pasado y
contribuyeron al afán renovador de la Institución Libre de Enseñanza. Las
que ejercieron durante el asfixiante periodo del franquismo y supieron
construir otra educación más allá de las consignas del nacionalcatolicismo,
y las que, finalmente, han podido enseñar en democracia.
Retratos de maestras (editado por la revista Cuadernos de Pedagogía) recoge
las vivencias de 30 profesoras, algunas conocidas por sus escritos o por su
proyección pública; otras, anónimas. El denominador común de todas ellas: su
compromiso con una escuela innovadora.
Las primeras enseñaron los años de la II República, donde los proyectos y
programas de renovación pedagógica proliferaron. Carmen de Burgos (Rodalquilar,
Almería, 1867) participó activamente. Maestra y periodista, hubo quienes
censuraron el contenido de sus clases (¡donde hablaba de evolucionismo!) y
fue duramente criticada por su compromiso con la emancipación femenina,
llegando a acusarla de que en sus intervenciones públicas promovía entre las
mujeres la práctica del amor libre. Mientras, en Barcelona, en 1909, un
grupo de mujeres ponían en marcha una biblioteca popular de la mujer, que
acabaría convirtiéndose en un amplio espacio de formación y encuentro único
e innovador: Institut de Cultura i Biblioteca Popular de la Dona. La
pedagoga Francesca Bonnemaison (Barcelona, 1872) fue su fundadora.
La Escuela Nueva se asentaba en el sistema educativo español de la mano de
la también catalana Rosa Sensat (Barcelona, 1873). Esta educación se
centraba en la enseñanza experimental de las ciencias en las escuelas y
Sensat no se cansaba de repetir: "Pues sí, la mujer ha de saber física y
química. Son conocimientos de la cultura general que, además de desarrollar
su espíritu de observación, le proporcionan una gran cantidad de ideas".
Estuvo también identificada con los presupuestos de la Escuela Nueva Amparo
Navarro Giner (Valencia, 1900). Su trayectoria como maestra no puede
entenderse desvinculándola de un tiempo, el republicano, ni de un espacio,
Valencia, donde desarrolló la parte más fructífera de su obra pedagógica Su
preocupación por aunar la realidad cotidiana con la escuela la llevó a
reivindicar el uso del valenciano en las aulas, algo que se convirtió en su
compromiso pedagógico, político y vital.
Otra de las grandes maestras hasta la II República fue Jimena Menéndez Pidal
(Madrid, 1901). Formada en los principios pedagógicos de la Institución
Libre de Enseñanza, fue una de las figuras más destacadas del pensamiento
pedagógico del siglo XX en España: entendía la educación en un sentido
integral, más allá de una mera instrucción. Tras el paréntesis de la Guerra
Civil, fundó en Madrid el Colegio Estudio. Era el año 1940.
Ya en el franquismo hubo otras mujeres que dejaron huella. Fue el caso de
María Teresa Codina (Barcelona 1927). Su viaje a París en los años cincuenta
sumergió a esta profesora en la pedagogía de la expresión, en el aprendizaje
mediante el juego, en la atención individualizada. Todo un movimiento de
renovación pedagógica que llegaba de EE UU. A su regreso a España, estuvo al
frente de la creación de tres escuelas y un instituto. Su trayectoria se ha
guiado siempre por el compromiso con los sectores más desfavorecidos,
especialmente con la infancia gitana.
Corriendo el tiempo, empezaron a entrar aires aperturistas, pero antes de la
democracia a A Assumpta Blanc i Cardoner (Barcelona 1945) una inspectora le
preguntó una mañana si la escuela no tenía mesas y sillas al ver que una
alfombra ocupaba la mitad del aula. Esta profesora tiene claro que la
pedagogía infantil requiere espacios, rincones, juegos y posibilidades
diversas; y una sala con mesas y sillas limita demasiado.
Otra innovadora es Charo Guimerá (Santa Cruz de Tenerife, 1955). Esta
profesora desde hace más de 28 años concibe la escuela como el medio que
permite ejercer la democracia. De hecho, no entiende un aula sin asamblea.
Ha sido y es el alma de las reivindicaciones de las escuelas rurales de
Anaga, en Santa Cruz (Tenerife), por considerar que son puntos de encuentro
e intercambio cultural fundamentales y, sobre todo, porque es una opción de
las familias. "Hay que respetar el deseo de los ciudadanos que quieren
permanecer en este entorno, y facilitarles que puedan vivir en él", suele
decir.
A los 18, cuando estudiaba Químicas y mientras trabajaba en los comedores de
una escuela, Carme Islat (Barcelona, 1957) supo lo que quería ser: maestra.
Pero la primera vez que pisó un aula se dio cuenta de que lo importante no
era enseñar a leer y escribir, sino a vivir. "Lo que importa es la vivencia
del ser como un todo, lo que importa es que la niña o el niño que tienes
delante esté bien; hay que saber captar su singularidad…", explica.
María Cobeta (Madrid, 1966) es orientadora y asegura que las respuestas a
los retos no las ha encontrado en teorías ni en libros, sino en la relación
con las personas. Gracias a su disponibilidad para escuchar y al ejercicio
de dar y recibir ha hecho de la mediación un arte.
Todo esto lo aprenderá a base de experiencia Inés Cayero (Villanueva del
Fresno, Badajoz, 1979) cuando ejerza de maestra. A punto de terminar la
carrera de Magisterio, tiene algunas ideas claras: "Cada niño es un mundo y
debemos conocerle para forjar su particular educación". Parte con esa idea.
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