Entre los aspectos
recogidos en la Declaración de Bolonia destaca la
concepción de la educación basada en el aprendizaje,
adecuada a una sociedad en la que conseguir una
formación integral y una visión del mundo es cada
día más difícil, aunque no lo parezca. Acceder a la
información es sencillo; extraer información
relevante nunca ha sido tan complicado, debido a la
sobreabundancia de fuentes de información.
Es, por tanto, muy importante que la educación
universitaria desarrolle la capacidad de aprender
dentro y fuera de los muros de las distintas
disciplinas, ya que formar profesionales competentes
no consiste sólo en impartir contenidos específicos
ajustados a las necesidades concretas del mercado.
Esa es la dirección que apunta el proceso de
convergencia hacia el espacio europeo de educación
superior: centrar la educación en mejorar la
capacidad de aprendizaje del estudiante.
Hay dos visiones enfrentadas en la educación y la
investigación, nos recuerda Pedro Etxenike: la de
aquéllos que confían en la utilidad del conocimiento
y la de quienes todo lo fían al conocimiento de lo
útil. Los primeros estimulan la capacidad de
aprendizaje que permitirá seguir adquiriendo
conocimiento y aplicarlo en distintos contextos. Los
segundos insisten en informar exhaustivamente sobre
las múltiples aplicaciones del conocimiento en una
disciplina concreta.
Esa segunda actitud, dominante en la escena
universitaria española, ha contribuido poderosamente
a infestar los planes de estudio de información en
general excesiva y muchas veces redundante, por lo
que el volumen de contenidos de los programas
universitarios obliga a los estudiantes a realizar
un esfuerzo del que no siempre extraen un gran
rendimiento. Así no podemos seguir.
Debemos reformular la planificación del trabajo
estudiantil de modo que contribuya a su mejor
formación y, de paso, a conseguir que los estudios
universitarios ajusten su duración real a la
nominalmente prevista. Cumplir hoy la misión de la
Universidad exige la creación de contextos de
aprendizaje que estimulen a los estudiantes en la
búsqueda personal del conocimiento.
Lo que más reclaman los estudiantes es el contacto
personal, que el profesor sea capaz de establecer un
diálogo participativo; piden hoy lo que han pedido
siempre: accesibilidad, tiempo y que suscitemos en
ellos el deseo de conocer. La falta de participación
de nuestros alumnos es proverbial. La seguimos
estimulando con el apego a una concepción obsoleta
de la clase magistral, en la que uno dicta
exclusivamente para que otros tomen nota, y con la
persistencia de ese pacto inconfesable entre
profesores y estudiantes que se plasma en los
apuntes, que como todo el mundo sabe no se toman
para aprender, sino para dejar o tener constancia
precisa de lo que puede caer en el examen.
Conseguir la participación activa de los estudiantes
exige creer en ellos. Los actuales bachilleres
tienen sus carencias, otros tuvimos otras. Pero
también tienen sus destrezas y, si supiésemos
sacarles partido, seríamos todos más eficaces.
Recientemente recogía José Antonio Marina esta cita
de Jack Welch, ex presidente de General Electric:
"El talento de nuestra gente está muy subestimado y
sus conocimientos, infrautilizados. Nuestra
principal tarea consiste en volver a definir
radicalmente nuestra relación con los empleados. El
objetivo es construir un lugar en el que tengan la
libertad para ser creativos, donde tengan una
auténtica sensación de realización, un lugar que
saque lo mejor de cada uno". Sustitúyase gente y
empleados por jóvenes y alumnos y habremos formulado
en pocas y acertadas palabras el programa de
convergencia europea para las universidades en
relación con sus estudiantes.
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