Imagínense en uno de esos días en que se han
levantado con mal pie. Cualquier comentario sienta mal. Todo está en contra
y erróneamente creemos que el mal humor está justificado, algo lo ha
provocado, ¿pero qué ? En esas circunstancias no cuesta mucho acabar en una
riña conyugal. Con fortuna, esos momentos duran poco y los malos días son
muy excepcionales. Cuando se nos pasa nos prometemos no volver a buscar
pelea porque sí, y hasta podemos llegar a pedir perdón.
Multiplicado por mucho, así es como la persona
que comete violencia doméstica se siente. Sin motivo alguno la mayoría de
veces, o por cosas que a todo el mundo irritan pero sin más consecuencias,
el maltratador (o maltratadora) se ve envuelto en un abrumador estado
emocional (un estado del cerebro) que es incapaz de suspender y mucho menos
de controlar (aunque es responsable de sus actos). La sensación que tiene es
una mezcla de incomodidad, desasosiego, impaciencia, cansancio, hostilidad,
desánimo… que lo perturba hasta el punto de reaccionar con violencia hacia
las personas más vulnerables y con quienes puede permitirse un menor control
de sus actos: su pareja o sus hijos, aunque puede ser capaz de controlarse
delante de otras personas.
Lo que le pasa al maltratador es que está
sometido a frecuentes ciclos de intensos estados emocionales negativos
debido al mal funcionamiento de las redes neurales de su cerebro emocional.
El refinado equilibrio entre las áreas controladoras (las que inhiben los
malos comportamientos evitando sus consecuencias dañinas) y las irritadoras
(las que disparan la mezcla de sentimientos negativos) está desnivelado:
porque funcionan poco o mal las primeras (la corteza orbitofrontal y la
corteza cingulada anterior, ambas localizadas en el lóbulo frontal) o
funcionan demasiado las segundas (el complejo amigdalar y otras áreas
subcorticales).
La sensación final que tiene el agresor cuando
el estado de ánimo negativo lo acorrala es muy desagradable e insoportable
y, a corto plazo, sólo actuar con violencia le calma. Aprende así a
responder con actos violentos de diferente magnitud cuando no se encuentra
bien. Agredir, como si de una droga se tratase, se convierte en una adicción
(ya que entran en juego los sistemas neurales del placer cerebral que
incitan al individuo a arremeter contra su pareja cada vez que se siente
mal).
La causa radica en factores genéticos y en el
entorno (se ignora el peso de cada uno, pero los primeros pueden suponer más
del 50%), que actúan conjuntamente en épocas críticas, como la adolescencia.
La gran inestabilidad emocional del
maltratador se manifiesta de muchas formas. Precisamente, la tasa de
trastornos psiquiátricos relacionados con esa inestabilidad (depresiones,
trastornos de la personalidad, suicidios, consumo abusivo de alcohol…) es
muy elevada. Entre un 50%-100% de los maltratadores tiene uno o más tipos de
enfermedades psiquiátricas debidas a su inestabilidad emocional. |