Cuando me
enteré que había "caído" en un tribunal de habilitación en la
especialidad de Física del Estado Sólido me llevé un berrinche
tremendo. El caso no era para menos, dicha habilitación había
sido firmada por 35 personas, las pruebas se realizarían en
Santiago de Compostela y yo tenía delante de mí un trimestre
muy complicado, con clases, conferencias comprometidas dentro
y fuera de España y mucho trabajo de investigación.
De los 35
firmantes sólo se presentaron 16 candidatos a la hora de
realizar las pruebas y poniendo números al trabajo diré que
durante tres semanas nos encerramos en Santiago de Compostela
desde el domingo por la tarde hasta el viernes por la noche y
que las pruebas comenzaban a las 9 de la mañana y acababan a
las 9 de la noche. Los fines de semana los utilicé para
trabajar en mi laboratorio de Barcelona y reunirme con mis
colaboradores.
Antes de
comenzar las pruebas, nos reunimos los siete miembros del
tribunal elegidos por sorteo y "peleamos" duro para establecer
unos criterios que sirvieran de pauta tanto a los candidatos a
la hora de presentar sus méritos como a nosotros, miembros del
tribunal, para juzgar dichos méritos. Lo que fundamentalmente
hicimos fue poner números a los diferentes apartados de trazo
grueso que conforman el currículo científico y docente y
criterios de importancia y validez a las diferentes
contribuciones contenidas en cada apartado. No inventamos nada
y nos conjuramos para no desviarnos un ápice de esta forma de
proceder. Pero estaba claro que deberíamos hilar muy fino,
pues únicamente podríamos habilitar a dos candidatos.
La
habilitación a catedrático de universidad consiste en dos
pruebas; en la primera el candidato presenta su trayectoria
científica y docente y a continuación el tribunal le pregunta
sobre los puntos que considere oportunos. En esta primera
prueba nosotros invertimos, en promedio, tres horas y media
por candidato y cada candidato era puntuado por todos al
acabar dicha prueba.
Para
amortiguar las sombras del sistema, optamos por distinguir
nítidamente entre los candidatos que, en nuestro opinión, eran
los mejores para cubrir las dos plazas habilitadas y los
demás, que aunque podrían merecerse ser habilitados, no lo
podían ser, en esta ocasión, por no haber un mayor número de
plazas. Así lo entendieron todos los candidatos y a la segunda
prueba sólo asistieron aquellos que nosotros habíamos
"señalado" con una puntuación mayor. Conseguimos así minimizar
la inversión de tiempo y dinero de todos.
El segundo
ejercicio de la habilitación consiste en la exposición de un
trabajo de investigación con el calificativo de inédito y
supuso que cada candidato tuviera un cara a cara con el
tribunal de casi tres horas. En términos absolutos se puede
decir que las luces del nuevo sistema se refieren,
fundamentalmente, al hecho de que los tribunales tienen ante
sí, por primera vez, a todos los posibles candidatos a
catedráticos a nivel de toda España, con lo que eso significa
de variedad y riqueza intelectual. Si las comisiones
habilitadoras lo hicieran bien, lo que no es seguro ni mucho
menos a tenor de lo que se comenta, las universidades se
podrían beneficiar muchísimo de su trabajo. Resulta que
llevamos demasiados años asistiendo al espectáculo de los
concursos a catedrático con un único candidato o con sólo
candidatos de la "casa", con el añadido de que siempre se
propagaba la "percepción externa" de que la cosa debía ir de
una cierta manera. Todo esto, unido a la falta de incentivos
científicos o de otra índole por promover la movilidad de las
personas, hacía impensable que, por ejemplo, una persona de
Zaragoza optara a una cátedra de Barcelona.
Las sombras
del nuevo sistema son muchas, algunas le son inherentes por no
estar ni bien pensado ni bien diseñado; otras están asociadas
con el hecho de que existen suficientes mecanismos de poder
fuera del nuevo sistema capaces de detener el proceso. Veamos
algunas sombras. La primera, de orden práctico: no es bueno
que se convoquen concursos sabiendo que hay decenas de
candidatos y sólo unas pocas plazas para habilitar. El
desgaste psíquico y el desembolso económico de los candidatos
de seguirse esta senda sería de tal magnitud que pronto no
habría ni candidatos. En segundo lugar, es muy posible que se
dé el caso de que las personas que obtengan la habilitación
antes de optar a las plazas de las universidades que las han
generado prefieran convencer a los que mandan en su
universidad y esperen, ya habilitados, a que sea ésta la que
convoque una plaza. En tercer lugar, podría darse el caso de
que la universidad convocara una plaza pensando en un perfil
científico y docente y que ninguno de los habilitados poseyera
dicho perfil. En cuarto lugar, podría suceder que las
universidades no convocaran plazas hasta que sus candidatos
estuvieran habilitados o intuyeran claramente que lo iban a
ser. En quinto lugar, pensemos que todos los que ya somos
catedráticos estamos habilitados para concurrir a cuantas
plazas se convoquen. Es decir, que con los concursos de
habilitación se modifica en un pequeñísimo porcentaje el
número de posibles candidatos a optar a las plazas que
convoquen las universidades.
En
definitiva, el nuevo sistema lo tiene bastante difícil para
emerger con éxito y las pegas al mismo no se refieren a que
sea o no políticamente correcto, sino a que su puesta en
marcha puede quedar encallada a las primeras de cambio. |